En las noches despejadas, cuando las luces de Quito titilan como estrellas terrenales, las callejuelas de piedra parecieran cobrar vida. Esa noche, bajo la tenue luz amarillenta de un farol, Matías caminaba por la calle Junín, en el corazón del Centro Histórico. La ciudad dormía, pero algo en el aire lo invitaba a seguir, como si las mismas piedras le susurraran secretos de tiempos pasados.
Matías, fotógrafo aficionado, cargaba su cámara colgada al cuello. Había decidido capturar la esencia de Quito en horas nocturnas, cuando las sombras contaban historias que el día no podía revelar. Llegó al frente de una casona antigua, su fachada agrietada pero imponente, testigo de siglos de historia. Era un edificio que siempre lo había intrigado, con sus ventanas de madera oscura y un balcón de hierro forjado que parecía observar a los transeúntes.
Al levantar su cámara para fotografiar la casa, algo extraño ocurrió. Las luces del farol parpadearon, y la calle se sumió en una oscuridad momentánea. En ese breve instante, Matías escuchó un susurro: “¿Buscas respuestas o simplemente te perdiste?”
Se giró, pero no había nadie. El farol volvió a iluminar la calle, y el susurro desapareció en el viento. Intrigado y con una mezcla de temor y curiosidad, decidió acercarse a la casona. Al posar su mano en la puerta de madera, esta se abrió lentamente con un chirrido que resonó en el silencio nocturno.
El interior de la casona era un laberinto de sombras y reflejos. Las paredes estaban cubiertas de retratos antiguos, sus ojos pintados parecían seguir cada movimiento de Matías. Una vez dentro, la puerta se cerró detrás de él. Fue entonces cuando lo vio: una figura vestida con un traje del siglo XIX, de pie al final del pasillo.
—Bienvenido, viajero —dijo la figura con una voz grave y pausada—. Las calles de Quito tienen mucho que contar, pero solo los que escuchan con atención pueden comprenderlas.
Matías no supo si debía correr o quedarse, pero sus piernas se negaron a moverse. La figura se acercó, revelando un rostro pálido con ojos profundos como pozos oscuros. Le extendió un libro viejo, con tapas de cuero y grabados dorados que brillaban bajo la tenue luz que se filtraba por las ventanas.
—Este libro contiene historias que los vivos han olvidado —continuó la figura—. Cada página revela un fragmento de la ciudad, pero ten cuidado: no todo lo que leas es pasado. Algunas historias están aún por escribirse, y tú podrías ser parte de ellas.
Matías, incapaz de resistir, tomó el libro. La primera página estaba en blanco, pero al pasar sus dedos sobre ella, las palabras comenzaron a aparecer, como si alguien las escribiera en ese instante.
“En la calle Junín, un fotógrafo curioso encuentra un libro que no debería haber tocado…”
El texto lo describía a él con una precisión que lo dejó sin aliento. Giró la página rápidamente, pero la siguiente historia no era menos inquietante. Era un relato sobre una plaga que azotaría la ciudad, traída por una figura desconocida que había abierto una puerta que jamás debió cruzar. Reconoció el edificio descrito: era la misma casona en la que estaba parado.
—No puedes escapar de las historias, Matías —dijo la figura con una sonrisa enigmática—. Eres parte de ellas ahora.
La casona comenzó a cambiar. Las paredes parecían respirar, y las luces parpadeaban como si la casa misma estuviera viva. Matías corrió hacia la puerta, pero al abrirla, no encontró la calle Junín. En su lugar, un paisaje surreal de luces, sombras y calles interminables se extendía ante él.

El libro seguía en su mano, y una última frase apareció en sus páginas: “Las calles de Quito tienen secretos que solo revelan a quienes se atreven a buscarlos, pero cuidado, porque conocerlos tiene un precio.”
Desde esa noche, nadie volvió a ver a Matías. Algunos dicen que se perdió en las historias del libro, condenado a caminar por las calles de una Quito que solo existe en los susurros de la noche. Otros aseguran haberlo visto en sus fotografías, siempre en el fondo, observando, como si tratara de encontrar el camino de regreso.
¿Y tú? ¿Te atreverías a escuchar lo que las calles de Quito tienen que contar?
Autor: Sebastián Cruz.
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