Era una noche lluviosa en Quito, cuando Mariana, una joven periodista de un pequeño periódico local, recibió una llamada anónima. Una voz grave y pausada le susurró:
—Si quieres la historia de tu vida, acércate al Palacio de Gobierno esta noche. Busca al payaso.
Mariana, intrigada, tomó su cámara. Las luces del centro histórico danzaban en los charcos de agua, y la imponente fachada del Palacio de Gobierno parecía aún más misteriosa bajo la tenue luz de las farolas.
Al llegar, notó que la guardia nocturna estaba extrañamente ausente. Atravesó los arcos del portal y, al mirar hacia las puertas principales del Palacio, lo vio: un payaso de rostro blanco como la cal, con una sonrisa pintada que se extendía más allá de lo humano. Su traje estaba manchado, y sostenía un globo rojo que parecía brillar con luz propia.
El payaso no hablaba, pero con un gesto de su mano la invitó a seguirlo. Mariana, entre el miedo y la curiosidad, decidió avanzar. El payaso la condujo por pasillos oscuros, hasta una puerta vieja que parecía fuera de lugar en el edificio. Al abrirla, se encontró en una sala que no debería existir: un espacio decorado con espejos rotos, viejas marionetas y retratos de presidentes olvidados, cuyos ojos parecían moverse.
—¿Quién eres? —preguntó Mariana, con la voz temblorosa.
El payaso giró su cabeza lentamente hacia ella, y su sonrisa pintada se volvió más macabra.
—Soy la risa que ocultaron —respondió con una voz que parecía surgir desde todas partes—. Hace más de un siglo, yo entretenía aquí, en las fiestas secretas del poder. Pero un día, mi humor se volvió peligroso. Mis bromas revelaron verdades. Así que decidieron silenciarme.
El payaso levantó su globo, que ahora parecía llenarse con sombras en lugar de helio.
—Este lugar está construido sobre secretos, y yo soy su guardián. ¿Quieres saberlos? Pagarás el precio.
Antes de que Mariana pudiera responder, sintió que el aire se volvía pesado. Las sombras la envolvieron, y de repente estaba de pie nuevamente en la Plaza Grande, con su cámara en mano.
Cuando revisó las fotografías, todas mostraban las mismas imágenes: el payaso, sonriendo frente a ella, con el globo ahora atado a su muñeca.
Esa noche, Mariana escribió su artículo, pero nunca lo envió. El payaso la visitaba en sus sueños, susurrándole verdades que ningún gobierno querría revelar
Autor: Sebastián Cruz.
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