El jinete de San Francisco

En la majestuosa plaza de San Francisco, rodeada por la imponente iglesia y el bullicio del centro histórico de Quito, los vecinos solían presenciar un curioso espectáculo. Cada tarde, un niño de cabello rizado y ojos vivaces cabalgaba un pequeño caballo de madera, recorriendo los adoquines con una energía que contagiaba a quienes lo miraban. Nadie sabía su nombre con certeza, pero algunos lo llamaban simplemente “el jinete”.

Se decía que era hijo de Gloria, una mujer que había vivido en el barrio de San Roque muchos años atrás. Los más viejos recordaban haberla visto pasar con frecuencia, siempre sonriente y de rostro amable. Según ellos, Gloria tenía un hijo pequeño, pero otros contradecían la historia, asegurando que ella jamás llegó a tener hijos porque había muerto durante un complicado embarazo. Estas contradicciones avivaban los rumores, pero nadie se molestaba en buscar respuestas claras.

Una tarde como cualquier otra, el jinete apareció nuevamente. Su caballo de madera parecía más real bajo la luz anaranjada del sol, y el sonido de las ruedas chirriando contra las piedras hacía eco en la plaza casi vacía. Al verlo, Doña Carmen, una anciana vendedora de caramelos, sonrió desde su puesto. “Ahí va Gloria reencarnada en ese niño”, decía a menudo, convencida de que el pequeño era un milagro traído desde el más allá.

Sin embargo, esa tarde algo extraño ocurrió. Cuando el niño llegó al centro de la plaza, detuvo su caballo y levantó la mirada hacia la torre de la iglesia. Permaneció inmóvil durante varios minutos, algo completamente inusual en él. Después, sin decir una palabra, giró y se dirigió hacia el fondo de la plaza, donde la luz comenzaba a menguar y las sombras se alargaban.

Aquella noche, el niño no regresó.

Durante los días siguientes, los vecinos comenzaron a preguntar por él. Nadie lo había visto volver a la plaza ni a los alrededores de San Roque. Doña Carmen, quien solía observarlo con atención, fue la primera en comentar algo inquietante: “El niño dejó su caballo de madera en el centro de la plaza. Lo recogieron los monjes del convento al día siguiente”.

La desaparición pronto se convirtió en el tema de conversación principal del barrio. Algunos juraban haber visto a una figura pequeña rondando por los callejones de San Roque, mientras que otros afirmaban escuchar el chirrido de las ruedas del caballo en las noches de luna llena. La historia comenzó a mezclarse con relatos antiguos sobre Gloria y sus misteriosas apariciones.

Un día, un grupo de jóvenes curiosos decidió investigar. Al caer la noche, se dirigieron al convento de San Francisco con la intención de ver el caballo. Lograron convencer al sacristán de que les mostrara el objeto, que ahora reposaba en un rincón del claustro. Era un juguete sencillo, de madera gastada, pero lo que llamó su atención fue una inscripción tallada en la base: “Para mi hijo, con amor, Gloria”.

Uno de los jóvenes, intrigado, preguntó al sacristán sobre la procedencia del juguete. Este, con una expresión sombría, respondió: “Ese caballo lo encontramos hace años, en la casa de una mujer que falleció en San Roque. Nadie reclamó sus pertenencias, así que lo guardamos aquí”.

El grupo salió del convento conmocionado. ¿Cómo era posible que el mismo caballo hubiera estado en manos del niño? ¿Quién era realmente el jinete?

Desde entonces, cada cierto tiempo, los vecinos aseguran ver a un niño cabalgando en la plaza al caer la tarde. Su risa se mezcla con el canto de las palomas y el chirrido de las ruedas resuena en el aire frío. Algunos creen que es un espíritu atrapado entre los recuerdos de su madre y el deseo de jugar eternamente. Otros prefieren no hablar del tema y evitan la plaza al anochecer.

caballo de madera
El jinete de madera

En San Francisco, el misterio sigue vivo, y el pequeño jinete de madera continúa cabalgando en la memoria de quienes lo vieron alguna vez.

Autor: Sebastián Cruz.

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